Vermeer

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FOTO: Taschen

Ficha técnica: Norbert Schneider, Vermeer, Taschen, 2016, 96 páginas.

Sí, es un monográfico de la colección Taschen; esos libros que tienen tanto detractores como apasionados a esta propuesta editorial. Por lo general, dicha colección ─con la belleza y cuidado de sus ediciones─ puede resultar ser una buena toma de contacto con el artista que protagoniza el volumen, sin que sea requerido ─prácticamente─ especialización o conocimiento alguno sobre la materia. En resumen, una lectura ligera a partir de su extraordinario repertorio gráfico y la correcta presentación de los contenidos. Con todo, no esperaba aprender tanto con el texto de Schneider. Y eso que estamos hablando de la Edad Moderna, la época que más he trabajado y estudiado, así como de Vermeer, del que soy un gran seguidor de su vida y obra, y del que presuponía que tenía un conocimiento decente. Es lo bueno de los libros: aprendizaje seguro.

Claro está que el cuidado de las ediciones Taschen a un precio más que asumible ─en esta colección─ son su principal seña de identidad. Y esto es importante, ya que es inconcebible la no desdeñable cantidad de libros de historia de arte que no presentan sus contenidos acompañados con imágenes, ¡algo imprescindible para el estudio de esta disciplina! Por no hablar que facilitan el seguimiento y entendimiento de las nociones que se quieren transmitir. No se puede presentar un comentario de una obra artística sin la ilustración. Así de claro. Es inviable; porque si no el lector tiene que crear una imagen mental con la descripción ofrecida y no atiende, precisamente, al texto en sí. El gran número y la calidad de las imágenes permiten aprender más; lógicamente, no sólo aparecen obras de Vermeer, sino que aparecen recogidos distintos trabajos de artistas coetáneos al pintor de Delft. Por consiguiente, a pesar de estos tiempos de Internet, resulta verdaderamente útil y cómodo ─y estoy convencido que no soy el único que aprecia el papel en convivencia con lo digital─ poder acceder a la obra gráfica de un artista en un libro. Si el lector busca esto, Taschen es, sin duda, una buena elección.

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Johannes Vermeer, El arte de la pintura, 1673 ca., óleo sobre lienzo, 120 x 100 cm, Viena, Kunsthistorisches Museum

Entonces, si ─antes de leerlo─ consideraba Veermer una correcta aproximación al artista, pero que tampoco me aportaría gran cosa, ¿por qué me lancé a leer este trabajo de Schneider? Pues las razones son bastante prosaicas. Viví unos meses en Ámsterdam y dediqué uno de mis últimos días en la ciudad a visitar ─otra vez, pero iba a ser la última  en una cantidad de tiempo considerable─ el Rijksmuseum. Y, al margen de mi obsesión con ellos, compré tres libros en forma de recuerdo: dos publicaciones de la serie[1] aquí comentada de Taschen ─Rembrandt y la obra aquí reseñada─ y la guía del museo en español. Tanto la compra como el inicio de la lectura se explican de la misma forma: la nostalgia de lo vivido. Al final, era una forma de reencontrarme con mis días en Ámsterdam, Países Bajos o Bélgica y toda la pintura holandesa que había visto en vivo. Si no me hubiera querido llevar un recuerdo, o si la oferta de libros en español del Rijks no hubiera sido tan exigua, seguramente, los dos libros no hubieran sido comprados ─en condiciones normales sólo me hubiera hecho con la Guía y, en todo caso, alguna obra que considerase más «especializada»─. En conclusión, a veces, los libros llegan así y enseñan, una vez más, que en la vida no es conveniente juzgar antes de conocer.

Nada prosaica es la figura de Norbert Schneider, artífice de la edición aquí reseñada. Reputado historiador del arte, con una trayectoria muy amplia, es fácil encontrárselo cuando uno estudia en manuales u obras similares. Tengo que decir que su nombre sí que me dio cierta tranquilidad cuando compré el libro en la tienda del Rijksmuseum. Conocía cómo hacía historia del arte y sabía, por tanto, que habría criterio y rigor. Norbert Schneider es el responable de que la obra sea algo más que una introducción a Vermeer. Schneider da forma a un libro bastante completo y me atrevo a decir que va más allá de este propósito principal que tenía Taschen con el libro.

Vermeer es ameno y accesible. Indistintamente de su conocimiento sobre el pintor, el lector está cómodo y no se pierde en lo que el autor cuenta. Es más, posiblemente, encuentre la necesidad de querer aprender más o investigar por su cuenta términos y conceptos específicos. Dos razones que explican mi valoración y crítica positiva del trabajo de Schneider. Como se ha dicho, el autor no se contenta con sólo enseñar Vermeer a partir de una descripción aburrida y muy teórica de cada una de las obras. No. Y aplaudo su intención, ¿por qué se tenía que limitar sólo a eso? El lector aprende sobre pintura: entenderá por qué Vermeer pinta lo que pinta y lo hace como lo hace o cuáles son sus influencias; se dará cuenta de que todo detalle incluido por Vermeer en su obra no cumple únicamente una función estética, sino que el enigma narrativo planteado en los cuadros del artista responden a un convencionalismo social o cultural que hay que conocer para entender y contextualizar correctamente la pintura. Usa, por tanto, todos los elementos incluidos en el cuadro a modo de clavis interpretandi. Por eso sus pinturas tuvieron éxito con un público ciertamente culto. Porque ese, creo yo, es el objetivo principal del autor: entender que Vermeer era ─ante todo─ un comunicador del pensamiento moral de su tiempo. De manera que Schneider arranca todas sus explicaciones por el tema que pinta Vermeer. Empero, el lector de esta reseña no debe interpretar que el escritor descuida todo el repertorio artístico de la obra del pintor; al contrario, queda muy bien ilustrada la evolución del lenguaje formal en Vermeer según van pasando los años.

«Vermeer se ha dejado inspirar con frecuencia por sentencias y axiomas, entonces muy difundidos entre el pueblo por la literatura de emblemas. En el siglo XVI, la época de su propagación, los emblemas, ideados por los humanistas, constituían alegorías difíciles de comprender que aludían enigmáticamente a una significación más profunda de las cosas. En los Países Bajos del siglo XVII se había transformado ya su carácter: eran cada vez más accesibles, más fáciles de comprender, y su función pedagógica popular se manifestaba con más claridad. Su objetivo era ayudar a fundar e imponer una nueva moral y formar el comportamiento de los individuos en el sentido del orden social burgués en auge».

Se ha dicho entonces que a Schneider le interesa que el lector entienda que el simbolismo que encierran las obras del artista responden ─por lo general─ al pensamiento y mentalidad de la Delft de Vermeer. Por eso realiza una contextualización cultural soberbia. Y, como he dicho, para mí es la parte más interesante y sorprendente del libro, porque me ha hecho aprender mucho sobre la sociedad en la que vivió el pintor. Considero que, aunque el lector sea historiador del arte, no conocerá muchas de las cosas que relata el autor. Pongo este ejemplo que encontré muy interesante:

«En la Antigüedad gozaba de gran aprecio la cítara, un instrumento de cuerda. Como un instrumento distinguido estaba dedicado al dios Apolo, mientras que la flauta (aulos), considerada primitiva a causa de los estímulos orgiásticos que desprendía, estaba dedicada a Dionisio. Estas concepciones de la música eran corrientes todavía en el siglo XVII, transmitidas por la tradición humanística. También desempreñaba un papel importante la teoría de los afectos provocados por la música, como lo había formulado Jan Tinctoris (1435-1511), resumiendo concepciones anteriores. Según esta teoría, la música no sólo tiene la función de alabar a Dios, sino también de ahuyentar la tristeza, elevar el espíritu terrenal, sanar a los enfermos, atraer el amor y hacer más agradable la convivencia. Los dos últimos aspectos son los aludidos pro Vermeer y otros pintores de género holandeses (como Gerard ter Borch) en este tipo de escenas de conciertos domésticos[2]».

Mis alabanzas hacen patente que el planteamiento y enfoque me llamaron mucho la atención. Funciona muy bien. El autor va intercalando a lo largo del libro descripciones más elaboradas y específicas con otras más sumarias y superficiales. La obra comienza explicando quién era Vermeer y lo poco que se conoce de él. Las circunstancias vitales del artista que explican su producción, limitada a no más de treinta y cinco pinturas. También Schneider entra en cómo ha sido estudiado por la historiografía. Y es que la dimensión y consideración actual de la que goza el pintor proviene de mediados ─incluso finales─ del siglo XIX. No se traza un relato convencional, al uso ─como muchas biografías que cuentan conforme a los acontecimientos cronológicos─, sino que Schneider cuenta a Vermeer a partir de aspectos que son de su interés y que consigue que sean también los del lector de Vermeer.

Sin caer en lo exagerado, en lo anacrónico, cuánto quiso decir con sus pinturas Vermeer sobre la mujer; cuánto se centró en ésta. Esa insistencia es interpretada por el autor con la que para mí es la propuesta principal de la obra; la más personal y pujante. Una aportación o visión nada típica. Al igual que en los cuadros del pintor, en el libro de Schneider la mujer ocupa un papel principal en el discurso. Al final para el autor la obra de Vermeer, entendida como propaganda del pensamiento moral en la Edad Moderna, es como se ha dicho la principal tesis que defiende el Schneider y en torno a lo que gira su narración. De esta forma, se esfuerza e interesa por relacionar esto con el protagonista absoluto en la mayoría de pinturas del pintor: figuras aisladas, ensimismadas ─principalmente mujeres─ y en muchas ocasiones en interiores, a las que el historiador del arte se esfuerza e interesa en saber más y en llegar a una serie de conclusiones a las que no estamos tan habituados al leer sobre la pintura de este periodo.

«Como ningún otro artista de su época, Vermeer hace efectivo con medios visuales el programa moral que pensadores como Gracián o Montaigne habían formulado.

[…]

[…] la mujer, que hasta entonces se había ocupado del hogar, se veía obligada a tomar a su cargo más responsabilidades que le eran recordadas incansablemente por las autoridades y los autores pedagógico-populares.

La mayoría de los cuadros de Vermeer tematizan estas obligaciones, pero también revelan los conflictos internos que los mandamientos sobre deberes y virtudes provocaban en las mujeres. En contraposición a ellos están los requerimientos libidinosos, que ya no pueden ser formulados abiertamente. Tendemos a considerar el método de Vermeer de poner en clave el sentido ─lo que provoca en sus cuadros la impresión de discreción y reserva de las figuras─ únicamente como un fenómeno estético, pero quizá sea ya un reflejo de este fenómeno cultural de un comportamiento que se rebela contra las normas y exigencias sociales. Las personas representadas por Vermeer, se ven obligadas a aislarse y recluirse recatadamente en el silencio».

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Johannes Vermeer, Dama escribiendo una carta y sirvienta, 1670-1671 ca., óleo sobre lienzo, 72 x 60 cm, Dublín, National Gallery

Schneider logra en Vermeer que se entienda lo que, seguramente, es lo principal para cualquier lector o comprador de este libro: comprender cómo pintaba Vermeer. Posiblemente, lo que más interese, saber enfrentarse a los cuadros del artista cuando los ve en un museo. Si, por el contrario, el lector sabe sobre Vermeer, estoy seguro que aprenderá a ver la obra del artista de una forma nueva, ya que si uno aprende cosas nuevas sobre la sociedad ─o las comprende mejor─ en la que vivió el pintor logra poseer una óptica más amplia y logrará un conocimiento más preciso sobre el artista. De verdad, invito a someterse a la mirada de Schneider, le puedo asegurar que su relación con Vermeer cobrará otra dimensión.

Notas:

[1] Serie Basic Art 2.0.

[2] Schneider introduce esta teoría de los afectos de Tinctoris en su explicación de las obras de Vermeer que tienen a la música como el elemento que viste muchas de las mismas.

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