Foto: Libros del Asteroide
Ficha técnica: Belén Rubiano, Rialto, 11, Libros del Asteroide, 2019, 240 páginas.
Me encantan los libros que van sobre librerías. Así que conocía y tenía muchas ganas de leer Rialto, 11. Antes de adentrarme en sus páginas, imaginé una descripción alejada del romanticismo habitual con el que se asocia este a negocio; por ello, la obra se centraría en demenuzar la cruda realidad de tener una librería. Por supuesto, con una especial fascinación por este lugar habitado por libros. Y, efectivamente, no me equivoqué, mas no imaginé que todo esto sería llevado a tal extremo. Es imposible permanecer indiferente a la multitud de trabas que Belén Rubiano encontró para llevar a buen puerto un propósito tan noble como vivir de una librería. Hay lucha, trabajo y fe en la andadura de esta librera.
Yo ─por razones que no vienen al caso─ ya tenía claro que, de modo alguno, estaría al frente de algún negocio; empero, créanme que me haría feliz tener una librería que funcionase y que ese hormigueo nunca termina de irse. En definitiva, como tantos deseos que uno no muy abiertamente comparte consigo mismo pero que sabe que alberga. Sin embargo, no soy ningún ingenuo y sé cuál es la situación de las librerías españolas. Bueno, esta apreciación podría incluir a muchos comercios locales, modestos. Dejando atrás este rollo que, seguramente, importe poco a quien lea este texto, Rialto, 11 termina con las ilusorias esperanzas que uno pueda tener de vivir de una librería. Y eso me gustó. Rubiano cuenta en qué consiste el oficio de librero y desglosa la parte más laboriosa que éste tiene que cumplir. Porque, por si alguno lo dudaba, tener una librería no es sólo vender libros, lanzar recomendaciones o tener conversaciones sobre literatura con clientes habituales.
«Allí aprendí una lección que no supe valorar como hubiera debido hasta cerrar la mía propia. Las librerías no son un negocio, puesto que no tienen una rentabilidad económica que las haga merecedoras de ese título, pero están sometidas, sin embargo, a las mismas lesiones monetarias y tributarias que otros comercios. Pagas alquiler, suministros, mantenimiento, consumibles, impuestos, sueldos, seguros sociales y un número inagotable de gastos a cambio de un mísero treinta por ciento en el mejor de los casos».
Rialto, 11 son las memorias de una librera. Belén Rubiano cuenta en primera persona cómo vivió eso de estar al frente de una pequeña librería en Sevilla. La experiencia duró cinco años; que dieron para mucho. No hago ningún spoiler cuando anuncio que el negocio cerró, que no tema el lector de esta reseña. Ya se encarga la contraportada y su autora en recordar constantemente desde el comienzo de las páginas que Rialto fue una historia que terminó. Me resultó muy interesante que en distintas partes del libro Rubiano entre en errores que ella, con la ventaja que da la perspectiva del tiempo, cree que cometió. Sin embargo, ésta es la segunda de las partes en las que se organiza el texto, ya que a la misma le anteceden unas setenta páginas que se centran en la experiencia de la autora vendiendo libros para otra persona: la singular y extravagante señora de Burgos. Curiosamente, no ofrece en ningún momento el nombre de dicha tienda. Esta primera parte ejerce de antesala para lo que vendrá después, y ya uno se carga de razones para entender las reacciones a distintas coyunturas que se dan en Rubiano estando al frente de Rialto. Puedo afirmar que me pareció más entretenida esta primera parte, que encontré realmente divertida gracias a la soltura y frescura con la que la autora cuenta esta experiencia. Si tengo en cuenta sólo esto, podría pensar que el libro es un fracaso, pero para nada lo siento así; aunque sí que debo de reconocer que esto me desconcierta. Con apenas veinte años, y con no poca convicción y una admirable capacidad de superación, Belén Rubiano trabajaría en una de las varias tiendas que tenían la señora de Burgos y su marido. Según cuenta quien lo padeció, fueron tiempos de trabajo duro soportando no pocas zancadillas, humillaciones y abusos de quien le pagaba. No sólo Rubiano se sentía así, sino que la señora de Burgos era capaz de hacer sentir así a todo el personal en nómina. Pero insiste en hacer saber al lector que el amor a los libros todo lo podía ─de forma literal─. De este modo, se muestra la hoja de ruta que emprende el libro: una sucesión de momentos delirantes protagonizados por personajes de todo tipo, desde ilustres a estrafalarios, con los que Rubiano tiene que lidiar.
El libro se lee rápido y resulta muy ameno. La escritura de Rubiano se lo pone fácil al lector, así como la estructura en la que se organiza el libro, en forma de breves y cuantiosos anecdotarios que vivió la librera regentando Rialto, 11. A propósito de esto, uno, en ocasiones, se siente culpable de encontrar divertidos ciertos episodios que para nada lo son. Esto lo consigue Rubiano con una fina ironía que exhibe desde principio a fin. Y una filosofía apreciable para encajar. O, mejor dicho, es admirable cómo encuentra el humor a distintas situaciones. En cuanto me sumergía por las páginas del libro le daba bastante a la cabeza sobre cómo actuar, decidir o tomarse las cosas que a uno le salen al paso en la vida. Sí le puedo asegurar al lector que albergará buenos deseos hacia su autora, teniendo la esperanza de que le esté yendo bien a día de hoy; al menos me consta que el libro ha funcionado bien. Envidio de forma sana a personas como ella, que tienen la capacidad de echarle valor e intentar cumplir sus sueños, por remotos y complicados que éstos puedan parecer. Y que no lo hacen de forma inconsciente, sino sabiendo que puede salir mal y que no pocas veces no hay final feliz. Y que la carga emocional y vital de que esto pase es tremenda: desde la dificultad económica al pesar de la nostalgia. Nadie le quitará a Rubiano que lo intentó, que fue feliz y que, sin duda, aprendió a ver la vida. Y nadie le quitará que vivió, no sin dificultades, de los libros y entre libros, y eso es maravilloso.
«Creo que una de las cosas que nos salvan de esta locura que es pensar sobre la propia vida y las decisiones tomadas en encrucijadas es que nadie nos podrá asegurar nunca, con pruebas fehacientes, que haber hecho algo distinto hubiera sido mejor».
Debo confesar que he tenido un problema con el libro. En un momento dado me produjo cierto hartazgo todo lo que le ocurre por su excesiva bondad e ingenuidad. Que quede claro: yo no juzgo ni a Belén Rubiano ni a nadie, faltaría más, sólo estoy contando mis impresiones como lector, algo que se hace cuando leemos; tanto si es para bien como para mal. Es decir, cómo es la relación entre el lector del libro y la autora del mismo; a partir de cierto punto no congenio con ciertos comportamientos y decisiones relatadas por Rubiano que se repiten en más de una ocasión. El lector de esta reseña notará que se trata de valoraciones exclusivamente personales del que escribe, y bien que hará de tomárselo así. Es más, me atrevo a pensar que no actuaría de un modo muy distinto a no pocas reacciones ─con personas y situaciones─ que la autora escribe. Y no puedo descartar que el que haya terminado cansado de que todo le pase a ella sea por el momento en el que me encontraba al leer el libro. Toda la sucesión de hechos narrados por Rubiano hace que termines empatizando con ella y viéndola como alguien entrañable.
«Pasaron algunos años, muy pocos, y con ellos muchas cosas. Las mismas que se viven de una manera y se piensan luego de otra. Es lo que tiene andar recordando tu propia vida según los hechos, que no acabas nunca de inventártelos».
Eché de menos más literatura, más conversaciones de libros y personas. Es realmente sorprendente lo poco que se habla ─con un cierto desarrollo me refiero─ de autores y obras. Me hubiera gustado más capítulos como «Él lee, ella lee», por ejemplo. Para mí esto es decisivo en mi valoración sobre el libro. No puedo obviar que en su mayor parte son las vivencias de una librería con todo tipo de personajes ─sí, utilizo convencido el término─ y que en pocas de ellas los libros son plenamente protagonistas. Sólo así soy capaz de explicar el planteamiento de la autora, que es algo intencionado priorizar episodios de cualquier índole y no hablar tanto de libros. La intención se me escapa. Como he dicho, hay partes formidables que muestra los entresijos del oficio, Rubiano consigue plasmar muy bien cómo funciona la relación con las distribuidoras o editoriales, pero incluso hasta experiencias laborales suyas adicionales a Rialto, y que también están ligadas a los libros, es el caso de la colaboración de Rubiano en suplementos literarios o sus intervenciones en la radio, la autora los desarrolla con detalle pero sin tampoco entrar a hablar de episodios relacionados con los libros. Es curioso. Y a mí esto me decepciona, lo eché de menos. No creo que exagere si digo que no hay ninguna conversación memorable entre librera y cliente sobre libros, lo cual no entendí.
«Muchas mujeres no comparten que lo que se puede contar en trescientas páginas alguien lo haga con un poema y no sea, en sí mismo, algo malo. A los hombres, en general, esto mismo les parece admirable y yo lo comparto. Un hombre ni siquiera necesita un poema para convencerse de que necesita un libro. Le basta, os lo prometo, un verso bueno».
«Por fin, los andaluces no tendremos que coger el AVE para ir a comprar libros y…». Éste fue uno de los episodios narrados por Rubiano que más me impactaron. Fueron las palabras de la Concejala de Cultura de turno de la Junta de Andalucía en la inauguración de la que fue la primera Casa del Libro en Sevilla. La reacción de Rubiano, que, lógicamente, no voy a contar, es ejemplar. Cuánto se puede entrever en esta frase. Evidentemente, al ser la experiencia de una persona que ha regentado una librería, se pone de relieve los problemas que acucian a la venta de libros y, especialmente, a las pequeñas librerías. Igual o más ilustrativo es el final, que me gustó mucho, por cierto, que enseña todo el romanticismo existente en torno a estos lugares que, francamente, no muchos apoyan. Invito a quien piense que exagero a que eche un vistazo a cualquier informe que trate la situación de las librerías en España. Y eso que Rialto, 11 está escrito antes de la irrupción digital de la Internet, redes sociales y, sí: Amazon. El tono del libro es muy lineal: son historias variopintas que transcurren en una librería narradas en un estilo amable, lo cual es un ejercicio de coherencia. Pero lamenté que no hubiera cierta profundidad, desarrollo o seriedad en algunas cuestiones que se prestaban a ello. Como, evidentemente, la complicada situación de las tiendas de libros en España. Ella lo quiso así y hay que respetarlo, mas podría haber sido de ayuda poner en el papel todo lo que, a partir de su experiencia, piensa acerca de ciertos temas. Un poco de crítica seria. Yo lo he visto como un ejercicio de excesiva atribución de responsabilidades por parte de Rubiano, de no querer encontrar culpables en «agentes externos», pero su libro podría haber contribuido a un ejercicio de reflexión acerca de un sector que lleva años atravesando dificultades. No obstante, es un libro enteramente personal, y no hay mucha lógica en que cualquiera entre en meterse en el enfoque y planteamiento de la obra. Rialto, 11 funciona y es un libro que está gustando. Se lee en dos tardes y estoy seguro que cualquiera que se acerque a él disfrutará de este relato vivaz y de la personalidad tan especial que lo protagoniza.
«[…] monté mi librería, la cerré, terminé de pagarla con sus intereses de demora algunos años después y aún la añoro, pero mereció la pena. Se anhela lo que nunca se ha tenido y se añora lo que se tuvo y se perdió. Hay tanta buena suerte en todos los rincones del verbo añorar que si la juventud no está para arruinarte por pagar su uso, no sé para qué otra cosa puede valer. De verdad que no».