Escribo esto siendo cuatro de abril de 2020. Ayer fue el aniversario del fallecimiento de uno de los pintores centrales del siglo XVII europeo: Bartolomé Esteban Murillo. Fue este el motivo que llevó a Pablo Hereza, en Twitter, y de forma muy acertada, a invitar a ver ─de nuevo o por primera vez─ el que para mí es uno de los mejores documentales sobre arte que se han hecho en este país: Murillo, la alegría del barroco, un proyecto de RTVE encabezado por Marcos Hernández Bermejo y cuya razón de ser fue conmemorar el IV Centenario del nacimiento del pintor. A buen seguro el lector se preguntará si he exagerado al escribir una frase tan contundente. No, no exagero en absoluto. ¿Por qué? Porque, como en cualquier cosa que quieres hacer bien en la vida, el proyecto escogió a los que realmente saben sobre Murillo. Y, además, no puso únicamente el foco en nombres que desarrollan su actividad en el ámbito nacional, sino que acude a sedes tan importantes en la exposición de obra del sevillano como la National Gallery de Londres y la Alte Pinakothek de Múnich. Esta proyección internacional sirve para iluminar e ilustrar cómo son vistas las pinturas del artista y qué acogida y alcance tiene su legado artístico.