¿Qué nos puede ofrecer el Museo Nacional del Prado y la apertura extraordinaria tras la Covid-19?

Hace unos días se hizo un anuncio que los apasionados de la cultura ansiábamos, la reapertura de los tres museos más célebres de nuestro país: el Prado, el Reina Sofía y el Thyssen-Bornemisza. Sobre todo, y a pesar de que estamos lejos de volver a una normalidad que es muy difícil de recuperar tras lo devastadora que ha sido ─y sigue siendo─ la crisis sanitaria, nos hace pensar que salimos a poquito del agujero vital de estos meses. Por lo que ha sido esta mañana cuando se nos ha contado cómo va a ser esta apertura extraordinaria en el Museo del Prado. En primer lugar, y, seguramente, lo más importante: este planteamiento actual será ─a día de hoy─ así hasta septiembre. No me interesa contar qué obras vamos a ver y cómo vamos a hacerlo; el propio museo y los medios han hecho una cobertura fantástica, que incluye una explicación detallada sobre las 250 obras que el visitante podrá admirar en su visita. Es una obviedad, pero, probablemente, no volveremos a ver el Museo del Prado así. Esto es lo que me interesa. Por lo que este texto contiene una breve reflexión sobre la «la mejor exposición temporal que quepa imaginar»[1].

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Bartolomé Esteban Murillo en el Museo del Prado

La colección de obras de Bartolomé Esteban Murillo del museo es amplia y relevante, imprescindible para entender al artista, pero no sé si sorprende que el artista esté únicamente representado en dos salas ─16 y 17─ de la colección permanente del Museo del Prado. Por ser meticulosos, el artista también está presente en la salas 16A y 18, con dos notables retratos que habitualmente están expuestos y no rotan.

Nicolás Omazur

Bartolomé Esteban Murillo, Nicolás Omazur, 1672, óleo sobre lienzo, 83 x 73 cm, Madrid, Museo Nacional del Prado

Murillo, sin casi salir de su Sevilla natal ─a excepción del crucial viaje a Madrid en el que conoce las colecciones reales─, consigue ser un pintor central del siglo XVII a partir de lograr desarrollar lo más difícil: un estilo muy personal, singular e identificable. Murillo es el pintor de lo humano y, definitivamente, hay pocos ejemplos de artistas que conecten de esa forma con el público. Sus escenas están protagonizadas por personajes corrientes fácilmente identificables, que Murillo toma de la Sevilla en la que vive. Porque la pintura de Murillo está caracterizada por una belleza amable que, me atrevo a decir, consuela y es bálsamo. Y eso que, como cualquier otro habitante de la Sevilla de ese tiempo, el pintor sufre de lleno las terribles repercusiones de la peste de 1649. Si Murillo es el pintor de lo humano es porque también se acuerda de los estratos más desfavorecidos, de los olvidados, que protagonizarán sus escenas de género, populares, de vida cotidiana. Un evidente recuerdo de, como se ha apuntado, la devastadora peste que asoló Sevilla. Sin embargo, a pesar de la relevancia de la colección de Murillo del Prado, el museo no cuenta con composiciones de este temática comparables a las de, por ejemplo, Alte Pinakothek o Louvre.

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