La colección de obras de Bartolomé Esteban Murillo del museo es amplia y relevante, imprescindible para entender al artista, pero no sé si sorprende que el artista esté únicamente representado en dos salas ─16 y 17─ de la colección permanente del Museo del Prado. Por ser meticulosos, el artista también está presente en la salas 16A y 18, con dos notables retratos que habitualmente están expuestos y no rotan.

Bartolomé Esteban Murillo, Nicolás Omazur, 1672, óleo sobre lienzo, 83 x 73 cm, Madrid, Museo Nacional del Prado
Murillo, sin casi salir de su Sevilla natal ─a excepción del crucial viaje a Madrid en el que conoce las colecciones reales─, consigue ser un pintor central del siglo XVII a partir de lograr desarrollar lo más difícil: un estilo muy personal, singular e identificable. Murillo es el pintor de lo humano y, definitivamente, hay pocos ejemplos de artistas que conecten de esa forma con el público. Sus escenas están protagonizadas por personajes corrientes fácilmente identificables, que Murillo toma de la Sevilla en la que vive. Porque la pintura de Murillo está caracterizada por una belleza amable que, me atrevo a decir, consuela y es bálsamo. Y eso que, como cualquier otro habitante de la Sevilla de ese tiempo, el pintor sufre de lleno las terribles repercusiones de la peste de 1649. Si Murillo es el pintor de lo humano es porque también se acuerda de los estratos más desfavorecidos, de los olvidados, que protagonizarán sus escenas de género, populares, de vida cotidiana. Un evidente recuerdo de, como se ha apuntado, la devastadora peste que asoló Sevilla. Sin embargo, a pesar de la relevancia de la colección de Murillo del Prado, el museo no cuenta con composiciones de este temática comparables a las de, por ejemplo, Alte Pinakothek o Louvre.

Seguir leyendo
Me gusta esto:
Me gusta Cargando...